«La salud mental es el gran reto al que gobiernos y personal sanitario deberá hacer frente a partir de la segunda mitad del año. Principalmente en aquellos problemas relacionados con adicciones y drogodependencias, conductas disruptivas entre jóvenes y adolescentes, trastornos de conducta alimentaria, depresión y ansiedad. La prevención debe jugar un papel fundamental en las escuelas y familias. Pero la sanidad debe garantizar una intervención integral ofreciendo los medios humanos y técnicos necesarios»
Antonio Molina es fundador y director de Fromm Bienestar, un proyecto especializado en la prevención, intervención y tratamiento de adicciones, adolescentes y familias. Educador Social y dinamizador comunitario de profesión, trabaja de modo interdisciplinar y coordinado junto a su equipo de psicólogas y psiquiatras para ofrecer a las personas una alternativa de vida lejos de las drogas, asesorando a familias y parejas para resolver los problemas que pueden darse en la convivencia y mejorando las relaciones familiares teniendo como base el afecto y el cumplimiento de normas mediante el acompañamiento a padres, madres y adolescentes.
En este sentido, la opinión de personas dedicadas al sector social y sanitario es fundamental para indagar sobre el futuro de tanta gente afectada por alguna enfermedad mental o simplemente para analizar los desafíos a los que debe hacer frente nuestra sociedad en lo que respecta a la salud, más allá de la covid. Es por eso que a la cuestión de cuáles son los retos de la salud mental y emocional en una sociedad post-pandémica, Antonio Molina responde tajante que “garantizar una cobertura universal y de calidad” y vaticina “una ola de demanda que puede ser catastrófica si no se logran adecuar los recursos a las necesidades de una población cada vez más castigada por un sistema perverso y autodestructivo”.
Reflexiona que “todo el mundo está pendiente de las cifras de vacunación y pocos hablan del alcance de la próxima gran ola en una sociedad enferma de consumo”. En palabras de Antonio: “A menudo disponemos en los medios de comunicación de toda la información sobre la cantidad de gente vacunada con una, dos, e incluso una tercera dosis que disminuya el riesgo de contagio o la gravedad del mismo. Nos comparamos continuamente con nuestros vecinos europeos y los EEUU, mientras lloramos con hipócrita impotencia al resto del mundo que carece de medios anticovid y cuya población está mermándose en millones de personas, asistiendo a entierros masivos improvisados y capillas ardientes de gente anónima en plena calle. Sin embargo, muy pocos hablan del riesgo que sobrevuela en Occidente, especialmente sobre aquellos países en los que la sanidad no es capaz de canalizar una demanda de salud mental en aumento, la gran ola de esta pandemia. Esa que llega para arremeter contra los pilares de nuestro propio sistema basado en el consumo exacerbado y la inmediatez. Una ola que ya ha dado claros indicios de lo que es capaz de hacer, aprovechándose de las decisiones políticas orientadas a la reducción de daños económicos y empresariales».
Del mismo modo, advierte que “asistiremos a ese escenario si no comienzan a levantarse las voces críticas que aboguen por proteger a la gente de sus propios fantasmas, miedos e inseguridades, a través de una atención integral en salud mental, pública, universal y de calidad. La que necesita cualquier persona cuando se siente desprovista de herramientas para afrontar su propia realidad. Una realidad que a veces se torna insoportable, producto en gran medida de los valores y sistema de creencias que prevalecen y se consolidan en las sociedades capitalistas y de consumo, donde la felicidad, el placer y la realización personal se obtiene a partir de elementos externos a nosotros y nosotras mismas”.
Antonio Molina, educador social y un enamorado de su profesión, plantea que “no es de extrañar que en una sociedad donde lo que prima es el consumo y la satisfacción inmediata a través del mismo, aparezcan cada vez más conductas que acaben esclavizando a miles de personas, mediante sustancias tóxicas o comportamientos adictivos que se repiten sin cesar, intentando aplacar en vano ese malestar interno que puede llegar a matar, pero que en cualquier caso genera inseguridad en nuestras calles y que de no evitarse terminará colapsando nuestro sistema de atención mental. Hay que hacer los deberes ahora que estamos a tiempo” y señala «la responsabilidad que deben asumir quienes tienen la capacidad de gestión y ejecución de políticas que garanticen una cobertura universal y de calidad, que logre centrarse de una vez en la cura y no en la reducción del daño mediante la prescripción de medicamentos que terminan renovándose indefinidamente en muchos de los casos en la cartilla de usuarios y usuarias, llegando incluso a desarrollar dependencia y tolerancia a sustancias químicas mientras se infla la cartera de farmacéuticas«.
Además, alerta sobre el futuro más inmediato, anticipando que “los efectos de la pandemia en la salud mental tocarán techo en la segunda mitad de este año, disparando la atención psicológica y psiquiátrica en los hospitales y centros ambulatorios”.
Aparte de eso, Lorena Ruiz, psicóloga de referencia y directora terapéutica en Fromm Bienestar, establece una comparativa entre la situación actual respecto a la pandemia y lo que probablemente suceda a nivel mental y emocional en los próximos meses: “como pasa en muchas enfermedades de salud mental, también en la adicción o drogodependencia, los síntomas no se producen exclusivamente en el período de mayor exposición a estímulos. De este modo podemos sospechar que la pandemia sea un desencadenante en sí mismo de lo que está por venir, porque muy probablemente y conforme se vaya retomando esa ansiada normalidad, lejos de mascarillas, distancias sociales y restricciones, comience a aflorar de manera más agresiva todo aquello que ha sido reprimido durante más de un año, situándonos a todas las personas en el mismo punto de partida pero diferenciándonos en la posibilidad de acceso a una ayuda terapéutica que cure y sane ese malestar”.
«Solo una minoría puede permitirse una atención psicológica o psiquiátrica privada»
Porque si algo está meridianamente claro, coincidiendo en ello tanto los profesionales de este centro como la mayoría de especialistas en psiquiatría y psicología de España, es que nuestro sistema público de salud no sería capaz de absorber y canalizar tal demanda, ni mucho menos ofrecer una atención de calidad. Generando de este modo una brecha importantísima entre la población que pueda acceder a un soporte especializado a través del sistema público de salud y quienes puedan permitirse el acceso a una atención privada. “Por eso es determinante garantizar la atención en el sistema público de salud y muy especialmente en los tratamientos de salud mental, para dar cobertura plena a cualquier trastorno mental, desde la depresión y la ansiedad hasta los trastornos de conducta alimentaria, las adicciones o los comportamientos disruptivos que no dejan de sorprendernos día tras día. Problemas que afectan también a los jóvenes, el futuro de nuestro país”, asevera Molina. “No sabéis lo frustrante que resulta recibir cientos de llamadas de personas que piden ayuda y sin embargo no pueden costearse un servicio como el nuestro, quedando sin tratamiento en el corto plazo y padeciendo enfermedades que pueden terminar en el suicidio, la cárcel o el internamiento. La libertad no consiste en elegir un centro público o privado, sino garantizar la atención de calidad a toda la población. Y os aseguro que a todo el mundo le interesa defender esa libertad, porque nos puede ir la vida en ello. Ya lo hemos visto con la covid y debemos aprender la lección”, concluye.