LA CIUDAD DE LA LUZ Y DEL AMOR
Dicen de ella que es un imán para románticos y enamorados y no es para menos porque las calles de París desprenden magia. Será por su historia, será por sus famosos crêpes y croissants, será por sus monumentos o quizá por el encanto de su luz. Sea por lo que sea, de lo que no cabe duda es de que París es una de esas ciudades que no importa cuántas veces la visites porque siempre vas a querer volver a perderte en ella.
Dividida en dos orillas por el río Sena, la capital de Francia presume de tener el monumento más visitado del mundo, la Torre Eiffel, que se construyó en la ciudad con motivo de la Exposición Universal de 1889. Con más de 300 metros de altura, su cima ofrece una espectacular vista de la ciudad. Hasta ella hay nada más y nada menos que 1.600 escalones, aunque sólo se puede acceder por ellos hasta el segundo piso, es decir, subiendo 704 peldaños. La mejor opción es coger los ascensores para así poder disfrutar más tiempo de la estancia en la torre. Aquí se encuentra el que dicen que es uno de los restaurantes más románticos del mundo y que ha sido testigo de numerosas peticiones de matrimonio: el Jules Verne, situado a más de 120 metros de altura y reconocido por la Guía Michelín por su cocina de producto de la mano del gran chef Alain Ducasse. Una experiencia única, aunque no apta para todos los bolsillos.
Si bonitas son las panorámicas que se obtienen desde lo alto de la Torre Eiffel, no menos lo son las fotografías que se consiguen del monumento desde los Jardines del Trocadero o los Campos de Marte. Dos lugares estratégicos también para disfrutar de la iluminación nocturna de la torre que al caer el sol se torna de un maravilloso color dorado con un especular juego de luces que tiene lugar cada hora en punto.
Otro de los edificios más identificativos de la ciudad es la Catedral de Notre Dame, una de las catedrales góticas más antiguas del mundo. Está situada en la Isla de la Cité y en ella destacan las dos grandes torres de su fachada de casi 70 metros de altura. Se puede acceder a ellas para disfrutar de los entresijos del campanario donde vivió el Jorobado de Notre Dame. Además, se pueden contemplar las maravillosas gárgolas que vigilan la ciudad y la campana Emmanuel, que tiene un peso de 13 toneladas y de la que se dice que está construida con joyas de oro que las mujeres de la ciudad donaban para la causa y que por ello tiene un brillo tan especial. Pero eso sí, hasta llegar a esta zona debemos saber que es necesario subir 387 escalones, aunque el esfuerzo merecerá la pena. Y tan bonita es por fuera como por dentro donde impresionan sus rosetones y vidrieras, así como su imponente órgano y la enorme escultura de la Piedad. Elementos que han sido testigos de acontecimientos históricos tan importantes como la coronación de Napoleón o la beatificación de Juana de Arco.
En uno de los extremos de la Avenida de los Campos Elíseos y ubicado en medio de una gran rotonda se encuentra el Arco de Triunfo, monumento construido para conmemorar las victorias del ejército francés bajo las órdenes de Napoleón. Tiene 50 metros de altura y 45 de ancho y en cada uno de sus cuatro pilares hay tallados cuatro relieves en representación de la Paz, la Victoria, la Resistencia y la Marsellesa. Bajo el Arco se encuentra la Tumba del Soldado Desconocido y junto a ella una llama que siempre está encendida y que sirve como homenaje a todos los soldados que dieron su vida por Francia. También aquí tenemos la posibilidad de subir a lo más alto donde se encuentra un gran mirador desde el que se pueden ver las doce avenidas que parten de esta rotonda que, por cierto, es considerada una de las más peligrosas del mundo. Por ello, está totalmente prohibido cruzar por ella y para llega al monumento hay que hacerlo mediante los accesos subterráneos.
Otro de los sitios imperdibles de París es el Museo del Louvre, el más importante de todo el país galo. Ubicado en una antigua fortaleza, se accede a él por una impresionante pirámide de cristal que aporta un toque modernista al lugar. La Gioconda (o Mona Lisa) de Leonardo da Vinci es la obra más visitada de este museo. Millones de personas se arremolinan cada año a su alrededor para fotografiarla sorprendidos, sobre todo, por su pequeño tamaño. La libertad guiando al pueblo, de Delacroix es otro de los cuadros estrella junto con las esculturas de la Victoria de Samotracia o la Venus de Milo.
EL BARRIO MÁS PINTORESCO DE PARÍS
La Torre Eiffel, Notre Dame, el Arco de Triunfo, los Campos Elíseos, el Louvre… No cabe duda de que estos son los lugares en los que todo el mundo piensa cuando se habla de París, pero no podemos olvidarnos de una de las zonas con más encanto de esta ciudad: el Barrio de Montmartre cuyo nombre (monte del martirio) proviene de la leyenda que cuenta que allí fue decapitado Saint Denis. Hasta 1860 fue un pueblo a las afueras de la ciudad que vivía de sus molinos y sus viñedos. Hoy es conocido como el “barrio de los pintores” ya que durante el siglo XIX fue lugar de residencia de numerosos artistas como Renoir, Van Gogh, Dalí o Picasso. Además de por su aire bohemio, este distrito es famosos por sus cabarets y burdeles ubicados en su mayoría en Pigalle. El más conocido es el Moulin Rouge cuyas luces de neón atraen cada año a millones de turistas. Fue referencia mundial del music hall y en él actuaron artistas de la talla de Liza Minelli o Frank Sinatra. En la actualidad, este famoso cabaret sigue ofreciendo maravillosos espectáculos de Can Can que pueden reservarse para disfrutar con una botella de champán o una cena, pero eso sí, hay que acudir vestido de etiqueta.
Otra de las señas de identidad de este barrio son sus callejuelas empedradas que muchos recorrimos por primera vez de la mano de Amélie en la fabulosa película dirigida por Jean Pierre Jeunet. Precisamente en una de las calles más famosas de este distrito, la Rue Lépic, se encuentra el café Des 2 Moulins, en el que Amélie trabajaba como camarera. Y en la cima de esta colina, a 130 metros de altura, la joya de la corona, la Basílica del Sagrado Corazón (el Sacre Coeur). A ella se puede acceder a través del funicular o subiendo los 197 empinados escalones que, aunque agotadores, tienen su encanto y ofrecen una espectacular panorámica de París. Además de por sus dimensiones, esta basílica destaca por su color blanco y su estilo romano-bizantino. No menos impresionante es su interior que alberga bajo sus majestuosas cúpulas, el mosaico más grande de Francia y la campana más famosa del mundo, la Savoyarde, que pesa nada más y nada menos que 19 toneladas. Y algo que sorprende a todo el que la visita por primera vez es el grupo de devotos que rezan frente al altar mayor. Y es que el Sagrado Corazón es un templo de adoración perpetua en el que los orantes se turnan para mantener viva la oración durante las 24 horas del día.
Y aunque parezca que ya hemos recorrido la ciudad, aún nos quedan muchísimas cosas por hacer en París: dar un paseo en barco por el Sena a la luz de las velas, visitar las iglesias de Saint Sulpice y La Madeleine, probar los macarons en la famosa pastelería de Ladurée, hacer shopping en las Galerías Lafayette, tomar un café en una terraza parisina, explorar el Museo de Orsay, hacerte una foto frente al muro de los “Te quiero”, sorprenderte con el extravagante Centro Pompidou y si aún te queda tiempo escaparte al Palacio de Versalles o a Disneyland. Pero, sobre todo, en la ciudad del amor hay que dejarse llevar porque como decía Remy, el protagonista de la película Ratatouille ¿Acaso hay mejor lugar para soñar que París?